Las manifestaciones de masas contra el régimen autoritario de Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia abrieron una situación revolucionaria en el país. Las protestas irrumpieron luego de las elecciones fraudulentas del 9 de agosto, que dieron la victoria al presidente que gobierna el país con mano de hierro desde 1994.
Por: Redacción Opinião Socialista ( periódico de PSTU Brasil), 16/9/2020.-
La ola de movilizaciones, que contrariaron incluso hasta a la candidata derrotada de la oposición, la liberal Svetlana Tikhanovskaya, llegó a reunir a casi 200.000 personas en la capital Minsk y dejó el régimen a la vera del colapso. Fue respondida con una brutal represión, con millares de presos, además de escenas de golpizas y relatos de tortura en las prisiones. Sitios y diarios fueron censurados.
La represión, sin embargo, solo sirvió para aumentar la ola de revuelta y las protestas. A los manifestantes se juntó el movimiento obrero, con huelgas en todo el territorio.
La ilusión del diálogo
Frente a la enorme ola de protestas y el peligro de que ella desborde, la Unión Europea y un consejo de notables, con políticos y celebridades del país y del mundo, vienen realizando un llamado al diálogo e intentan una salida negociada con el régimen dictatorial de Lukashenko.
Sin embargo, el diálogo con el gobierno significa nada más que garantizar al dictador y sus secuaces que gobiernen por tiempo indeterminado. El propio presidente no parece dispuesto a cualquier diálogo y avanza con la represión y la persecución, incluso de dirigentes obreros.
Lukashenko es apoyado por el régimen de Putin, de Rusia, que ya ayudó a aplastar la revolución ucraniana, aunque hasta el momento se haya abstenido de una intervención directa en el país, si bien mantiene colaboración activa con la represión. Para tener una idea, los periodistas de la televisión bielorrusa fueron cambiados por periodistas rusos. Los agentes de la KGB, agencia de espionaje homónima de la antigua agencia soviética, mantienen monitoreo permanente de los activistas y del pueblo bielorruso.
Putin apoya la dictadura de Lukashenko por el temor de que su régimen autoritario sea el próximo a enfrentarse a reclamos. “Después de Bielorrusia, será Rusia”, dijo el propio dictador.
Por su parte, la Unión Europea actúa para contener la revolución porque teme que sus intereses en la región sean amenazados. Una de las razones de la pobreza en Bielorrusia es el pago de la deuda pública con Rusia y los bancos internacionales. Por eso, Lukashenko impuso ataques como la reforma de la previsión. Y, de la misma forma que Putin, la Unión Europea también teme que el ejemplo de la región sea seguido por el resto de Europa Oriental, transformada hoy en semicolonia de Alemania y de Francia.
Las huelgas obreras se tornan referencia para la lucha del pueblo bielorruso al punto que los nombres de las fábricas son repetidos en las manifestaciones, como MTZ, MZTK, Soligorsk, y MAZ. No es por nada que la prioridad del gobierno sea la represión al movimiento obrero.
Fuera Lukashenko. Comité Obrero Unificado de Huelga debe asumir la dirección de las luchas
A pesar de la fuerza del movimiento contra la dictadura de Lukashenko, las movilizaciones carecen de una dirección de la clase trabajadora que pueda llevar a cabo la caída de ese régimen y desmantelar los órganos represores, garantizando, como defiende el Partido Obrero Internacionalista (POI), sección de la LIT-Ci en Rusia, “libertad de expresión, de manifestación y de protesta, de reunión, libertad sindical y de libre organización”.
De un lado, está Putin, y, del otro, el Consejo Coordinador, que apuestan a una salida negociada, con o sin Lukashenko, pero manteniendo la estructura de dominación y explotación del país. Por eso, el POI defiende que el Comité Obrero Unificado de Huelga, surgido directamente de la lucha en las fábricas, tome para sí la iniciativa de liderar el movimiento en escala nacional y haga avanzar la movilización hasta la caída de la dictadura.
Sin embargo, para que el pueblo bielorruso no siga rehén de otras fuerzas políticas y se mantenga en los callejones sin salida de los diálogos con la dictadura es preciso superar la ausencia de una dirección de la clase trabajadora, con un programa obrero y revolucionario. Condiciones que la revolución en curso plantea posibles de realizar.
El dictador es un fósil y una caricatura del estalinismo
Bielorrusia declaró la independencia de la antigua URSS en julio de 1990. En 1994, ocurrieron las primeras elecciones para presidente, que eligieron a Lukashenko. Luego, enseguida de electo, el recién asumido presidente, que había servido en el Ejército Soviético y dirigido una estancia estatal de la URSS, comenzó a implementar medidas para restringir las libertades democráticas y perseguir opositores. La figura caricaturesca de Lukashenko ganó repercusión internacional al sugerir, en plena pandemia, “vodka y sauna” para el combate al coronavirus. El país que llegó a ser uno de los más industrializados de la región, destacándose en la importación de tractores, sufrió un importante revés en la década de 1990, aumentando su dependencia en relación con Rusia y la Unión Europea. Y, con las reformas neoliberales, su pueblo sufrió una profunda rebaja de las condiciones de vida.